lunes, 22 de octubre de 2012

TEXTO DE LA DRA. ALICIA MARÍA JUÁREZ BECERRIL

El presente texto ha sido publicado en la Revista de la Universidad Intercontinental: Intersticios. Filosofía, Arte, Religión, no. 38, enero-junio de 2013, pp. 145-152. (ISSN: 1665-7551).

Versión disponible en línea: http://es.scribd.com/doc/164078378/Intersticios-38-Hannah-Arendt

 
 
 
LOS SANTOS INDÍGENAS:

ENTES DIVINOS POPULARES BAJO SOSPECHA OFICIAL

Ramiro A. Gómez Arzapalo Dorantes

 

            Alicia María Juárez Becerril*

 

El tema de la religiosidad popular está siendo retomado por una serie de estudiosos, a los cuales se ha sumado Ramiro Gómez Arzapalo. Estos diálogos que se han creado desde varias posturas teóricas, invitan a avanzar en la cientificidad antropológica, relacionada con los estudios sobre religión.

            Retomando el reciente libro de Félix Báez-Jorge[1] podemos afirmar que Ramiro Gómez, desde este lado de la trinchera académica, ha asumido una perspectiva original y objetiva. Con el libro que hoy nos presenta Los santos indígenas: entes divinos populares bajo sospecha oficial, de edición internacional, junto con su obra anterior, Los santos, mudos predicadores de otra historia[2], así como otras publicaciones[3] y textos de igual envergadura, entre ellos su tesis de maestría[4] y doctorado[5], considero que Ramiro Gómez ha hecho un excelente trabajo aportando reflexiones al polémico análisis de la religión popular, así como de las manifestaciones culturales de los grupos subalternos.  

La expresión tangible de la religiosidad popular la ha concretizado nuestro autor en el ejemplo de los santos, protagonistas de esta historia que engarzan la vida social de las comunidades campesinas. Ahora bien ¿quiénes son los santos indígenas? ¿que características tienen? La primera respuesta que tenemos a la mano de parte de Ramiro Gómez  se encuentra en el propio título de la obra: son “entes divinos populares bajo sospecha oficial”. Y esta respuesta nos remite a más preguntas: ¿qué entendemos por entes divinos? ¿con base a qué se asumen “populares”? ¿por qué bajo sospecha oficial? Cada una de estas interrogantes, serán resueltas a lo largo de sus cinco capítulos, incluyendo la introducción y conclusiones finales.

Ramiro Gómez nos deja claro en su Capítulo I: Introducción, los autores que retoma para su planteamiento teórico. De esta forma las reflexiones de Gilberto Giménez, Félix Báez-Jorge, Luis Millones, Eric Wolf, Noemí Quezada y Johanna Broda, encabezan un corpus de textos selectos que influyeron en su perspectiva analítica.

El problema que se plantea en la obra, va dirigido a conocer “cómo interpretaron los indios, desde su cosmovisión, las imágenes religiosas cristianas insertadas en su espacio”[6]. Es decir cómo se hizo este proceso de selección de divinidades, las cuales fueron idóneas para regular las necesidades de los pueblos campesinos. Como bien lo señala nuestro autor, se debe partir del contexto social, espacio en donde se ubica el ritual.

El ritual implica la organización humana, es por eso que Ramiro Gómez se centra en las características de los cultos populares y la organización interna del pueblo que rige no sólo la preparación de las fiestas, peregrinaciones, danzas, mayordomías, visitas de santos, entre otras cosas, sino que en esta vivencia religiosa peculiar, se articula de manera única la organización social, religiosa y productiva.

En el Capítulo II: Antecedentes históricos, se parte de la España del siglo XVI al momento de la Conquista de América. En ese sentido, el autor menciona las características religiosas de la época, abanderadas por un fervor religioso intolerante y etnocentrista, en donde el cristianismo era la única posibilidad de religión y civilización. Bajo estos aspectos, tienen presencia los escritos de los frailes y cronistas Tomás de Ortiz, Juan de Quevedo, Motolinia, Diego Durán, Jerónimo de Mendieta, Bernardino de Sahagún, Jacinto de la Serna y Sánchez de Aguilar, que evidencian una observación vertical e interpretación intransigente sustentadas por otras lógicas culturales.

Precisamente lo atractivo de este capítulo es adentrarnos a la manera dinámica y creativa que “se despertó en las culturas indígenas sojuzgadas, que de forma protagónica idearon estrategias [...] para llegar a una síntesis operante a nivel local que por un lado engarzaba con las instancia de la nueva oficialidad (religión católica) y por el otro posibilitó la pervivencia y continuidad de prácticas rituales”[7], pese al proyecto evangelizador basado en el modelo de la tabula rasa.

Como primera instancia, existía la antítesis entre “Dios”, como el único divino posible y bien absoluto, frente a los entes divinos indígenas, denominados por los cronistas como “dioses”, “demonios” o “ídolos”, que tienen un campo de acción horizontal para con los seres humanos, las fuerzas de la naturaleza, los animales y las plantas. Sin embargo, lejos de asumir lo que la perspectiva monoteísta cristiana les impuso, resignificaron creativamente los nuevos elementos impuestos, dando lugar a una nueva expresión sui generis que engarza partes de la nueva religión con su tradición religiosa ancestral.[8] En este sentido, a las imágenes de los santos se les construyeron nuevos relatos, que con el tejido imaginario simbólico, explicaron la razón de ser y el sentido de lo sagrado de las comunidades.

El culto a los santos, señala nuestro autor, “fue uno de los tantos vehículos que facilitaron el proceso de evangelización, a través de las imágenes religiosas, los entes divinos están presentes tangiblemente involucrados en las actividades humanas”.[9] Especialmente en las labores del campo, los santos interactuaron a la par con las entidades sagradas de la naturaleza (dueños, señores, ahuaques, potencias, los encantos, muertos y aires),  ya que bajo una forma sincrética, los santos han sustituido en gran parte a las antiguas deidades de las comunidades mesoamericanas, presentándose hoy día bajo concepciones católicas.

Por lo tanto, Ramiro Gómez nos deja ver una noción de divinidad alejada de la concepción cristiana. La divinidad, nos señala el autor, encierra la concepción de reciprocidad semejante a la que existe entre las relaciones sociales al interior del pueblo. De esta forma Cristo, la Cruz, la Virgen los santos se les da pero también se les pide, lo que crea obligaciones y participación dentro del pueblo.

Ante estas nociones, vale la pena destacar el término que ha propuesto nuestro autor para denominar a este conjunto de entidades sagradas. Coincidimos en que ni la categoría de “dioses”, así como “seres sobrenaturales”, están acorde con una asignación que requiere evidenciar una presencia cotidiana, que forma parte de la naturaleza  y que se asume desde aquí y en el ahora. Una buena alternativa es la palabra “dueños”, en incluso la de “señores”, aunque desde ahí se incide en la autoridad sobre el campo de acción que les corresponde. Sin embargo, “entes divinos populares” encierra el concepto de divinidad ya abordado, en donde se encuentran redes sociales horizontales para con el pueblo. De ahí la sospecha oficial, puesto que ese “aparente fervor” no asume endeudamientos, sino coerción y obligaciones.

En el Capítulo III, Conceptos teóricos involucrados, se plasman las categorías analíticas, siendo cultura, identidad, interculturalidad, sincretismo, resignificación simbólica, y religiosidad popular, las definiciones que Ramiro Gómez entreteje de una manera dinámica para abordar la propuesta que él formula.

Sin embargo, el capítulo va más allá de simples definiciones, a mi parecer es la columna vertebral de la obra. En primer lugar, no podemos pasar por alto, el diálogo que nuestro autor establece con respecto a la noción de cultura, destacando la pluralidad de la misma, encabezada por otras historias, por otras pautas, por otras sociedades. Con eso se atiende a la urgente tarea de enfrentar y asimilar que existen “otras formas de ser humano, configuradas desde su propia instalación cultural”.[10]

De esta forma, se tuvo en la religión una resignificación de aquellos símbolos que se convirtieron en una parte integral de la vida de la comunidad y de su cosmovisión. Tomando en cuenta el proceso histórico que vivieron las comunidades campesinas, “se posibilitaron negociaciones, consensos y rupturas con los grupos dominantes, logrando integrar selectivamente ciertos elementos que les fueron impuestos, sin romper totalmente con su tradición ancestral”[11]. Por lo tanto, se vivió y se entendió la religión bajo otros parámetros, que aunque no alejados de los referentes oficiales, si se configuró en una expresión cultural y conformó un elemento de identidad concretizado en las prácticas rituales de los pueblos campesinos. 

A partir de lo expuesto, Ramiro Gómez ubica el término de la religiosidad popular, circunscrito a un contexto de ascendencia indígena, que identifica sistemas de creencias y prácticas en torno a lo sagrado, históricamente configuradas y estructuralmente condicionadas, construidas en condiciones mediadas por el dominio y la subalteridad[12]. Por lo tanto es considerado como un término útil porque “da cuenta de una realidad social que se vive en un grupo subalterno (grupo indígena) que se encuentra inmerso en un contexto social más amplio (Estado-Nación), y que incorpora ciertos elementos que la oficialidad, tanto eclesial como estatal, le imponen, pero los reformula de tal manera que el resultado es un ritual acorde a su propia tradición cultural”.[13]

Asimismo, existen ciertos elementos que posibilitan materialmente la vida ritual en el contexto de la religiosidad popular, tales son las denominadas “claves estructurales”, propuesta original de Félix Báez-Jorge,[14] y que Ramiro Gómez desglosa acertadamente al abordar los santuarios y peregrinaciones; los sistemas de cargos y las imágenes de santos, temas que invitan a por si solos a una investigación.

Centrándome en los protagonistas de esta historia, los santos, en especial los santos de las comunidades campesinas de ascendencia indígena contemporánea, no tienen distinción nominal. No son vistos bajo su papel de intermediarios entre Dios y los hombres, sino son parte integral de la comunidad, vistos de una manera horizontal.  

Es hasta este punto que Ramiro Gómez responde ampliamente nuestras primeras interrogantes planteadas con anterioridad: ¿quiénes son los santos indígenas? ¿que características tienen? “El santo como entidad divina en sí mismo, es un habitante del mundo, un vecino del hombre, pero con cualidades y potencialidades diferentes, pero al fin y al cabo una entidad personal con la que se puede pactar, con quien se puede hablar y a la que se le puede convencer de que otorgue algo que el hombre por sí sólo o no podría o le costaría mucho tiempo alcanzar”.[15] Los santos bajo la cosmovisión de las comunidades, se alejan de la ortodoxia cristiana y se aproximan al hombre, regulando los recursos naturales en la medida de una relación que se sostiene por una reciprocidad mutua. Se trata de una visión horizontal en donde los santos son partícipes de los acontecimientos públicos de las comunidades.

Gracias a la labor etnográfica, Ramiro Gómez señala tres puntos esenciales. Se trata de una propuesta que hay que tomar en cuenta para el estudio de los santos y sus imágenes, bajo la concepción de la religiosidad popular:

1) La imagen del santo no es un ausente sino que es él. En este sentido, los santos hechos de pasta, caña, resina o madera, e incluso nos atrevemos a decir que las pinturas o fotografías aunque en menor proporción, representan a “una persona autónoma, con capacidad de decisión”. Esta independencia y soberanía incluye no sólo la libre elección de hogar, vestimenta, alimentos, etc., sino incluso las amistades, con las cuales convive en las celebraciones. En contraposición también tienen diferencias, rivalidades y recelos con otros.

2) Desde la oficialidad católica, Dios es quien actúa directamente, y los santos tan sólo se valoran en cuanto modelo, ayuda o vía para llegar a Dios, se trata por lo tanto, de una intermediación. En la religiosidad popular, los santos son los causantes directos de los infortunios o benevolencias recibidas.

3) En el contexto católico se espera del santo un “milagro”, en términos de la religiosidad popular, se espera un apoyo, en especial de la realidad material. Recordemos que se trata de una religión de la vida diaria y los problemas concretos, en este sentido la salud, el temporal, la cosecha, la prosperidad material, entre otros, son las necesidades primordiales a cubrir.

Ahora bien, Luis Millones señala que no importa que la imagen de un santo, se trate de un beato o beata, no esté consagrada por la iglesia, ya que “una vez adoptado como objeto de veneración o incluso como patrono para los devotos tiene el mismo valor que las imágenes consagradas por decisión eclesiástica”[16] Al respecto, podemos hacer un paréntesis y tan sólo señalar que no sólo en cuestiones agrícolas se espera un apoyo de los santos. Vienen a la mente aquellos santos, o al menos “entes divinos populares”  no reconocidos por la iglesia, que son altamente socorridos para cruzar la frontera americana: La Santa de Cabora, curandera y revolucionaria; El Niño Fidencio, famoso taumaturgo; el santo de los pobres Jesús Malverde, y Juan Soldado, un violador revindicado. Todos ellos se encuentran al mismo nivel que Santo Toribio Romo, reconocido como el santo de los polleros, y la Virgen de San Juan de los Lagos.[17]

 Ante estos ejemplos una de las más divulgadas tendencias alrededor de la religión popular, nos señala Ramiro Gómez, es que ésta se da entre los estratos bajos, los cuales bajo el discurso oficial, son “incapaces de acceder a la sofisticación del discurso teológico aceptado”.[18] Igualmente no hay que dejar de lado las relaciones de poder que se desarrollan en un entramado cultural donde se inserta un  grupo humano específico.

Bajo esta óptica, no es de extrañar que entre los santos se encuentre el mismísimo Diablo, tema que aborda nuestro autor al término de este capítulo. El Diablo hace favores que los santos no pueden o no quieren hacer, por lo tanto, y sin mayor problema, según los datos etnográficos recopilados por el autor, y en términos más amplios tomando como referencia la obra de Félix Báez, Los disfraces del Diablo, el Diablo queda integrado en el santoral popular como una entidad que realiza funciones específicas propias, lo que “denota un proceso cultural sincrético, cuya conformación respondió a las necesidades concretas de las sociedades que lo generaron en una dinámica interacción entre lo propio y lo impuesto”.[19]

El Capítulo IV se titula Presentación del fenómeno: diversos datos de campo. El análisis y los datos etnográficos que nos ofrece este capítulo son tan ricos y complejos a la vez, que van más allá de una mirada hacia los santos, sino que trasciende a las prácticas religiosas indígenas contemporáneas de un México tradicional y rural, inmersas en un contexto social “homogeneizante y homogeneizado”.

La información etnográfica está dividida en cinco casos, los cuales por sí mismos podrían ser investigaciones concretas. Cada uno de los estudios, contiene interesantes fotografías de las diversas celebraciones: Los primeros datos corresponden a las fiestas de santos en el ciclo de Cuaresma y Semana Santa en los estados de Morelos y Estado de México, que incluye la fiesta en honor a la Virgen del Tránsito, la fiesta al Cristo del Calvario, la procesión al santuario de Jesús Nazareno y la fiesta de Santa Catarina. El segundo caso concreto se remite a las fiestas en Xalatlaco, Estado de México, celebraciones que giran en torno a maíz, personaje central de las comunidades campesinas, las cuales tienen un vínculo especial para con la tierra. Posteriormente se aborda la fiesta de la Santa Cruz en Acatlán, Guerrero como otro de los ejemplos etnográficos, en donde llama la atención la subida al cerro y danza de los aires. Como cuarto ejemplo, tenemos el estudio de caso acerca del conflicto entre tradicionalistas y católicos en Atlatlauhcan, Morelos, evidenciando choques y confrontaciones a partir del proyecto de una religiosidad popular frente a la religión oficial. Finalmente se cierra esta recopilación de datos con la fiesta de muertos en algunas comunidades de ascendencia indígena, como por ejemplo, Chilac, Puebla.

Dichas prácticas religiosas expresan la compleja organización social que gira en torno a los santos: fiestas, ofrendas, procesiones y mayordomías, con lo cual se muestra una perspectiva diferente de ver y tratar a estos entes divinos. Tales aspectos han sido condicionados por el devenir histórico, sufriendo transformaciones y adaptaciones, que bajo una dinámica interna propia, las comunidades han sabido refuncionalizar según sus necesidades.

Finalmente, Gómez Arzapalo cierra con su Conclusión, que corresponde al quinto capítulo. En éste se resume lo presentado a lo largo de la obra: el tema de los santos es digno de ser considerado desde distintas disciplinas: la antropología, la filosofía, la historia, entre otras, respetando siempre las interpretaciones autóctonas, que en las diferentes variantes locales preserva un bagaje cultural. Estas interpretaciones emanadas de una lógica dinámica de las comunidades poseen contenidos cosmovisionales que denotan una forma de ver la vida.

Sin duda, esta obra nos acerca a la otra historia, igual de legítima y verdadera, que escriben día a día las comunidades acerca de sus santos, y que se lee en las distintas prácticas religiosas. Es un texto de gran interés y de aportes antropológicos significativos a los estudios de la religión popular campesina en nuestro país.

 

 

 



* Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM.
[1] Félix Báez-Jorge, Debates en torno a lo sagrado. Religión popular y hegemonía clerical en el México indígena, Universidad Veracruzana, Xalapa, 2011.
[2] Ramiro Gómez Arzapalo, Los santos. Mudos predicadores de otra historia, Editora de Gobierno del Estado de Veracruz, Xalapa, 2009.
[3] Cfr. Ramiro Gómez Arzapalo, “Utilidad teórica de un término problemático: la religiosidad popular” en  Religiosidad popular y cosmovisiones indígenas en la historia de México, Johanna Broda (coord.), ENAH, México, 2009; “Los santos y sus ayudantes. Mayordomías en Xalatlaco, México. Reproducción cultural en el contexto de la religiosidad popular” en Gazeta antropológica, no. 26/1, Granada, España, 2010.
[4] Ramiro Gómez Arzapalo, Mayordomos, santos y rituales en Xalatlaco, estado de México, reproducción cultural en el contexto de la religiosidad popular, Tesis de Maestría en Historia y Etnohistoria, ENAH, México, 2004.
[5] Ramiro Gómez Arzapalo, Imágenes de santos en los pueblos de la región de Chalma. Mudos predicadores de otra historia. Tesis de Doctorado en Historia y Etnohistoria, ENAH, México, 2008.
[6] Ramiro Gómez Arzapalo, Los santos indígenas: entes divinos populares bajo sospecha oficial, Editorial Académica Española, 2012, p. 7.
[7] Ibid., p. 13.
[8] Félix Báez-Jorge, Entre los naguales y los santos, Universidad Veracruzana, Xalapa, 1998.
[9] Ramiro Gómez Arzapalo,  Los santos indígenas,  Op. cit., p. 44.
[10] Ibid.,  p. 25.
[11] Ibid., p. 30.
[12] Félix Báez-Jorge, Debates en torno a lo sagrado,  Op. cit., p. 265.
[13] Ramiro Gómez Arzapalo,  Los santos indígenas,  Op. cit., p. 31.
[14] Félix Báez-Jorge, Debates en torno a lo sagrad,  Op. cit.
[15] Ramiro Gómez Arzapalo, Los santos indígenas,  Op. cit., p. 45.
[16] Luis Millones, “Los sueños y milagros de San Sebastián” en El mundo festivo en España y América, Universidad de Córdoba, 2005, p. 310.
[17] Cfr. Ingrid Alatriste Ozuna, El papel de la religión católica en la conformación identitaria de los migrantes mexicanos en Estados Unidos. Un estudio de los exvotos, Tesis de Licenciatura en Sociología, FCPYS, UNAM, 2012.
[18] Ramiro Gómez Arzapalo,  Los santos indígenas, Op. cit., p. 51.
[19] Ibid., p. 62.